miércoles, noviembre 26, 2014





Todo en la vida es un proceso... Aprendiendo a ser, y a ser feliz siendo.

miércoles, noviembre 12, 2014

Lo que perdemos...


“Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río 
y que los rostros pasan como el agua.” 
Borges 

Fue una tarde, fue un crepúsculo frío de otoño o de invierno. Al cabo, la estación importa poco, el crepúsculo que vendría sería más largo, y su noche más definitiva. Borges se sentó tras el escritorio y miró fijamente los libros en los estantes de su biblioteca, la biblioteca de su padre, la biblioteca de Leonor, su madre.
Hacía unas horas el oftalmólogo le había diagnosticado que sus problemas de visión empeorarían, que el proceso era irreversible, que al igual que antes su padre, la ceguera tenía con él una cita impostergable que no demoraría mucho en cumplir.
Miró los libros, la débil luz de la tarde que entraba por las ventanas y cuya debilidad ya no sabía si atribuir a la misma luz o a la incapacidad creciente de su vista, calculó someramente la cantidad de libros que allí habría, hizo otro cálculo para darse una idea de cuántos de ellos había leído y pensó para sí: “Entre estos mismos libros que ahora estoy viendo, hay muchos que no he leído, hay muchos que ya no leeré, hay muchos que quisiera volver a leer y cuyas hojas jamás volveré a abrir. Cuántas, cuántas son las cosas que cada día perdemos para siempre, sin siquiera notarlo”.
La ficción me permite pensar que eso fue, palabras más, palabras menos, lo que Borges pensó. De hecho, después reflejaría con palabras infinitamente más justas y precisas que las mías lo que aquí acabo de narrar y esa sensación de pérdida irreparable y definitiva, las cosas que un día notamos hemos perdido para siempre.
Es difícil determinar con exactitud qué cosas son verdaderamente cosas (objetos) y qué cosas tienen relación con alguien que perdimos para siempre. Como caso, citaré la voz de alguien que he perdido para siempre: la voz de tío Julio. Sé que no volveré a escuchar una voz así, con ese timbre de caricia que tenía, con esa especie de tono de añoranza y alegría entremezclados, que sólo a él se lo escuché al cuando me llamaba, cuando me llamaba su singara gitana, porque él decía que me parecía mucho a la descripción que Cervantes hacía de su Gitanilla. Recuerdo que eso me motivó a leerla, y recuerdo que solía recitarme los poemas o cánticos de la Gitanilla  que él sabía de memoria.
Podrá acusárseme de que esto es algo demasiado personal, que tienen todavía una relación estrecha a personas que he amado y perdido, y que por eso mismo no deberían contar como “cosas”, sino como objetos referenciales que actúan de asteriscos para referir a personas que se amó y que ya no están. No estoy del todo segura, pero ante la duda trataré de citar cosas que he perdido para siempre que no tengan relación a un ser querido que ya se haya tragado el tiempo.

Perdí los juegos, la inocencia de la infancia, el temor a la oscuridad, las casas de campaña que solíamos lo armar los domingos, los apagones que disfrutábamos en familia, y sí que los disfrutamos verdaderamente, porque era un tiempo en que no habían celulares y al no haber electricidad hablábamos, jugábamos, compartíamos poemas o mi papá nos cantaba canciones, que aún ahora canto, y dormíamos todos juntos en el piso, porque la única forma de soportar el calor de la noche, en fin, eramos FAMILIA.  Y todas estas, son cosas que he perdido para siempre. Y hay tantas otras, tantas que ni siquiera recuerdo, tantas que incluso ignoro haberlas perdido; si, hasta parecen infinitas las cosas que he perdido para siempre.

Empezamos estas disquisiciones citando a Borges. El genial ciego decía que los ánimos magnánimos no se conforman con vivir los recuerdos de una sola existencia humana. Tengo para mí que por cada puerta que abrimos cerramos infinitas y que muchas de esas puertas las cerramos sin siquiera saber que las estamos cerrando. Qué palabra, qué estupidez dicha nos hayan privado quizá de vivir el amor más profundo e intenso que a nuestra vida correspondía. El hubiera no existe dirán casi todos, y puede que no me atreva discutirlo. Pero cuántas veces estuvimos frente a una puerta, miramos el camino que seguía, contemplamos los paisajes, pensamos para nosotros mismos en nuestra vida allí, tras esa puerta, bajo ese cielo, para finalmente retroceder, cerrar la puerta e ir en busca de otro picaporte cuya apertura nos puso solamente ante la antesala de un abismo. “La memoria no tiene caminos de regreso” decía García Márquez; pero… ¿no sería lo que imaginamos sin concretar otras de esas cosas que perdemos para siempre?

Vivimos perdiendo cosas. Algunas de esas cosas no las tendremos más, algunas de ellas ni siquiera tendremos la percepción de haberlas perdido, nunca sabremos cuándo ha sido la última vez que vimos ese rostro, la última vez que escuchamos aquella voz, la última tarde que compartimos con una amiga. Estoy segura, lo sé,que  entre  todas estas palabras que acabo de escribir, hay por lo menos una que nunca más volveré a escribir. No puedo saber cuál, no importa, uno de ustedes, uno de los que está leyendo ahora mismo, ha perdido todavía más, y lo curioso es que ni siquiera lo sabe.