lunes, febrero 29, 2016

Soy



Soy el que sabe que no es menos vano 
que el vano observador que en el espejo 
de silencio y cristal sigue el reflejo 
o el cuerpo (da lo mismo) del hermano. 
Soy, tácitos amigos, el que sabe 
que no hay otra venganza que el olvido 
ni otro perdón. Un dios ha concedido 
al odio humano esta curiosa llave. 
Soy el que pese a tan ilustres modos 
de errar, no ha descifrado el laberinto 
singular y plural, arduo y distinto, 
del tiempo, que es uno y es de todos. 
Soy el que es nadie, el que no fue una espada 
en la guerra. Soy eco, olvido, nada.

J. L. Borges.



     Soy, esa manera tonta de perder el tiempo. Soy, una caída más o menos, tampoco importa. Soy como ese escritor que basa su éxito en no escribir. La vuelta de tuerca, justo esa, que pasa la rosca del tornillo, soy la promesa rota, esa que se olvida, se perdona, y ni siquiera tiene historia.
     Soy el golpe contra el suelo delante de un montón de extraños, la lágrima mejor llorada, la segunda oportunidad que nunca pidió nadie, o la tercera... Soy una de esas palabras que se lleva el viento una noche de San Juan, recuerdos perdidos en una mente senil que nunca recuerda donde pone las cosas. 
     Soy ese trozo de mar atrapado en un charquito que no sabe encontrar el camino de vuelta, soy nosotros sin ti, soy la vuelta de la esquina de cualquier barrio de cualquier ciudad, la chica tímida y solitaria que tiembla ante la sola idea de volver al colegio.
      Soy la primera vez y la última al mismo tiempo, esa pequeña porción del mundo que nadie mataría por salvar, la locura sincera y pura de un grafitero que decora muros con tiza, soy el eterno “te lo advertí, pero no me escuchas”...
     Soy tantas cosas y tan absurdas, que a veces lo olvido sin querer y otras, queriendo. Y aunque creas que en este preciso instante me estoy auto-compadeciendo, no te engañes. SOY, lo sé y lo siento. Me reconozco en cada una de mis esquinas, en cada vez que pido perdón, en cada huella de cada paso que me ha traído hasta aquí, y en cada deseo que no se cumple ni se cumplirá. Y eso, lo creas o no, ha sido suficiente motivo para invertir toda mi vida. Aprender que SOY, sin más atributo que mi sonrisa tímida y huidiza. Y esa forma tan mía de mirar al mar o al cielo, como si la respuesta a todo alguien la hubiera escondido dentro de una botella que flota en algún lugar, o estuviera inscrita en alguna de la tantas estrellas que iluminan el firmamento y solo esperara ser descubierta.

sábado, febrero 27, 2016



El terror ante esa diminuta fisura. Esa duda que se hace grande. Esa comprobación de que toda la vida se asienta sobre un error de calculo, una mentira, una huida hacia adelante.

El ligero temblor del labio al comprender que todo comienza a tambalearse, se vuelve imposible, insostenible, y solo puedes ser espectador.

La diminuta mota de polvo que provoca el derrumbe, al caer del lado de la balanza que tu ceguera te impedía ver.

La grieta microscópica que amenaza dejar pasar el caudal inmenso de la realidad sin filtros, con un sencillo: "Y si no tengo razón...?

La verdad es el silencio que respira a tu lado mientras buscas una excusa para seguir adelante.

Y, escribir, escribir esto, muchas veces, es aceptar en lenguaje de signos que nos derrotó la palabra.



Hay un tipo de tristeza que se te queda para siempre en los ojos...
La tristeza de mirar al cielo sólo porque ves a un grupo de personas haciéndolo.