viernes, febrero 08, 2019

Vivir o subsistir

Hay heridas que nunca cicatrizan, hay dolores que nunca te abandonan a pesar del paso del tiempo. Dolores que no tienen nombre, ni tamaño ni edad, pero que a pesar de ello pueden llegar a cubrir toda tu vida y todo tú ser.

No quiero olvidar, pero necesito curar
No quiero que te vayas de mi, pero yo necesito irme.

Vivir o  solo subsistir, esa es la cuestión.

lunes, febrero 27, 2017

Todo lo que hago es una distracción para no pensar en ti...

Cada momento de soledad trae consigo momentos de introspección que no deseo por lo que implican...

Suspiro y sólo eso... No hay palabras que puedan significar lo que siento por ti.

lunes, febrero 29, 2016

Soy



Soy el que sabe que no es menos vano 
que el vano observador que en el espejo 
de silencio y cristal sigue el reflejo 
o el cuerpo (da lo mismo) del hermano. 
Soy, tácitos amigos, el que sabe 
que no hay otra venganza que el olvido 
ni otro perdón. Un dios ha concedido 
al odio humano esta curiosa llave. 
Soy el que pese a tan ilustres modos 
de errar, no ha descifrado el laberinto 
singular y plural, arduo y distinto, 
del tiempo, que es uno y es de todos. 
Soy el que es nadie, el que no fue una espada 
en la guerra. Soy eco, olvido, nada.

J. L. Borges.



     Soy, esa manera tonta de perder el tiempo. Soy, una caída más o menos, tampoco importa. Soy como ese escritor que basa su éxito en no escribir. La vuelta de tuerca, justo esa, que pasa la rosca del tornillo, soy la promesa rota, esa que se olvida, se perdona, y ni siquiera tiene historia.
     Soy el golpe contra el suelo delante de un montón de extraños, la lágrima mejor llorada, la segunda oportunidad que nunca pidió nadie, o la tercera... Soy una de esas palabras que se lleva el viento una noche de San Juan, recuerdos perdidos en una mente senil que nunca recuerda donde pone las cosas. 
     Soy ese trozo de mar atrapado en un charquito que no sabe encontrar el camino de vuelta, soy nosotros sin ti, soy la vuelta de la esquina de cualquier barrio de cualquier ciudad, la chica tímida y solitaria que tiembla ante la sola idea de volver al colegio.
      Soy la primera vez y la última al mismo tiempo, esa pequeña porción del mundo que nadie mataría por salvar, la locura sincera y pura de un grafitero que decora muros con tiza, soy el eterno “te lo advertí, pero no me escuchas”...
     Soy tantas cosas y tan absurdas, que a veces lo olvido sin querer y otras, queriendo. Y aunque creas que en este preciso instante me estoy auto-compadeciendo, no te engañes. SOY, lo sé y lo siento. Me reconozco en cada una de mis esquinas, en cada vez que pido perdón, en cada huella de cada paso que me ha traído hasta aquí, y en cada deseo que no se cumple ni se cumplirá. Y eso, lo creas o no, ha sido suficiente motivo para invertir toda mi vida. Aprender que SOY, sin más atributo que mi sonrisa tímida y huidiza. Y esa forma tan mía de mirar al mar o al cielo, como si la respuesta a todo alguien la hubiera escondido dentro de una botella que flota en algún lugar, o estuviera inscrita en alguna de la tantas estrellas que iluminan el firmamento y solo esperara ser descubierta.

sábado, febrero 27, 2016



El terror ante esa diminuta fisura. Esa duda que se hace grande. Esa comprobación de que toda la vida se asienta sobre un error de calculo, una mentira, una huida hacia adelante.

El ligero temblor del labio al comprender que todo comienza a tambalearse, se vuelve imposible, insostenible, y solo puedes ser espectador.

La diminuta mota de polvo que provoca el derrumbe, al caer del lado de la balanza que tu ceguera te impedía ver.

La grieta microscópica que amenaza dejar pasar el caudal inmenso de la realidad sin filtros, con un sencillo: "Y si no tengo razón...?

La verdad es el silencio que respira a tu lado mientras buscas una excusa para seguir adelante.

Y, escribir, escribir esto, muchas veces, es aceptar en lenguaje de signos que nos derrotó la palabra.



Hay un tipo de tristeza que se te queda para siempre en los ojos...
La tristeza de mirar al cielo sólo porque ves a un grupo de personas haciéndolo.

domingo, noviembre 01, 2015

Perdida...

Ya no me reconozco. Me he perdido en el laberinto de la vida, de vivir, y dudo si alguna vez pueda volver al cauce, al camino principal que se supone es donde debo estar.

Estoy en una encrucijada, quiero hacer lo correcto y no quiero lastimar a nadie y sin embargo creo que será inevitable herir y herirme yo misma en el proceso. Se que perderé partes de mi, fragmentos de mi vida, trascendentales algunos, pero que inevitablemente dejaré en la vereda.

Tengo miedo, miedo de lo que viene o de lo que quizás no llegue. Temo que mi más grande miedo sea ya una realidad,  pero quizás no sea hasta muy tarde, cuando no haya vuelta atrás que me percate de ello.

Estoy en una encrucijada y a veces quisiera que sea el camino el que me escoja a mi, y no alreves para al menos no sentir culpa si llego a equivocarme y sentirme aún más dichosa si tengo suerte y el camino que me elige es el mejor.

Cómo llegué aquí?  Es una pregunta que continuamente hago, pues cuando empecé a caminar por este largo camino de vivir,  todo iba tan bien, creía estar en el camino correcto,  dirigirme a donde quería, pero indudablemente en algún punto giré donde no debía y heme aquí tratando de encontrar la salida a este laberinto en que se ha convertido mi existencia.

miércoles, noviembre 26, 2014





Todo en la vida es un proceso... Aprendiendo a ser, y a ser feliz siendo.

miércoles, noviembre 12, 2014

Lo que perdemos...


“Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río 
y que los rostros pasan como el agua.” 
Borges 

Fue una tarde, fue un crepúsculo frío de otoño o de invierno. Al cabo, la estación importa poco, el crepúsculo que vendría sería más largo, y su noche más definitiva. Borges se sentó tras el escritorio y miró fijamente los libros en los estantes de su biblioteca, la biblioteca de su padre, la biblioteca de Leonor, su madre.
Hacía unas horas el oftalmólogo le había diagnosticado que sus problemas de visión empeorarían, que el proceso era irreversible, que al igual que antes su padre, la ceguera tenía con él una cita impostergable que no demoraría mucho en cumplir.
Miró los libros, la débil luz de la tarde que entraba por las ventanas y cuya debilidad ya no sabía si atribuir a la misma luz o a la incapacidad creciente de su vista, calculó someramente la cantidad de libros que allí habría, hizo otro cálculo para darse una idea de cuántos de ellos había leído y pensó para sí: “Entre estos mismos libros que ahora estoy viendo, hay muchos que no he leído, hay muchos que ya no leeré, hay muchos que quisiera volver a leer y cuyas hojas jamás volveré a abrir. Cuántas, cuántas son las cosas que cada día perdemos para siempre, sin siquiera notarlo”.
La ficción me permite pensar que eso fue, palabras más, palabras menos, lo que Borges pensó. De hecho, después reflejaría con palabras infinitamente más justas y precisas que las mías lo que aquí acabo de narrar y esa sensación de pérdida irreparable y definitiva, las cosas que un día notamos hemos perdido para siempre.
Es difícil determinar con exactitud qué cosas son verdaderamente cosas (objetos) y qué cosas tienen relación con alguien que perdimos para siempre. Como caso, citaré la voz de alguien que he perdido para siempre: la voz de tío Julio. Sé que no volveré a escuchar una voz así, con ese timbre de caricia que tenía, con esa especie de tono de añoranza y alegría entremezclados, que sólo a él se lo escuché al cuando me llamaba, cuando me llamaba su singara gitana, porque él decía que me parecía mucho a la descripción que Cervantes hacía de su Gitanilla. Recuerdo que eso me motivó a leerla, y recuerdo que solía recitarme los poemas o cánticos de la Gitanilla  que él sabía de memoria.
Podrá acusárseme de que esto es algo demasiado personal, que tienen todavía una relación estrecha a personas que he amado y perdido, y que por eso mismo no deberían contar como “cosas”, sino como objetos referenciales que actúan de asteriscos para referir a personas que se amó y que ya no están. No estoy del todo segura, pero ante la duda trataré de citar cosas que he perdido para siempre que no tengan relación a un ser querido que ya se haya tragado el tiempo.

Perdí los juegos, la inocencia de la infancia, el temor a la oscuridad, las casas de campaña que solíamos lo armar los domingos, los apagones que disfrutábamos en familia, y sí que los disfrutamos verdaderamente, porque era un tiempo en que no habían celulares y al no haber electricidad hablábamos, jugábamos, compartíamos poemas o mi papá nos cantaba canciones, que aún ahora canto, y dormíamos todos juntos en el piso, porque la única forma de soportar el calor de la noche, en fin, eramos FAMILIA.  Y todas estas, son cosas que he perdido para siempre. Y hay tantas otras, tantas que ni siquiera recuerdo, tantas que incluso ignoro haberlas perdido; si, hasta parecen infinitas las cosas que he perdido para siempre.

Empezamos estas disquisiciones citando a Borges. El genial ciego decía que los ánimos magnánimos no se conforman con vivir los recuerdos de una sola existencia humana. Tengo para mí que por cada puerta que abrimos cerramos infinitas y que muchas de esas puertas las cerramos sin siquiera saber que las estamos cerrando. Qué palabra, qué estupidez dicha nos hayan privado quizá de vivir el amor más profundo e intenso que a nuestra vida correspondía. El hubiera no existe dirán casi todos, y puede que no me atreva discutirlo. Pero cuántas veces estuvimos frente a una puerta, miramos el camino que seguía, contemplamos los paisajes, pensamos para nosotros mismos en nuestra vida allí, tras esa puerta, bajo ese cielo, para finalmente retroceder, cerrar la puerta e ir en busca de otro picaporte cuya apertura nos puso solamente ante la antesala de un abismo. “La memoria no tiene caminos de regreso” decía García Márquez; pero… ¿no sería lo que imaginamos sin concretar otras de esas cosas que perdemos para siempre?

Vivimos perdiendo cosas. Algunas de esas cosas no las tendremos más, algunas de ellas ni siquiera tendremos la percepción de haberlas perdido, nunca sabremos cuándo ha sido la última vez que vimos ese rostro, la última vez que escuchamos aquella voz, la última tarde que compartimos con una amiga. Estoy segura, lo sé,que  entre  todas estas palabras que acabo de escribir, hay por lo menos una que nunca más volveré a escribir. No puedo saber cuál, no importa, uno de ustedes, uno de los que está leyendo ahora mismo, ha perdido todavía más, y lo curioso es que ni siquiera lo sabe.